La curiosidad como curriculum en la escuela

La curiosidad como curriculum en la escuela

Dice Francisco Mora que el ser humano es curioso por naturaleza. Que la curiosidad nos invita a explorarlo e inspeccionarlo todo y que cuando encontramos algo que sobresale se activan las mismas neuronas que responden al placer. Todos los seres humanos tenemos intacta nuestra capacidad innata para ser curiosos y la alimentamos cuando jugamos a inventar mundos, cuando jugamos a ser un personaje diferente a quien somos en realidad, cuando dibujamos figuras que no existen, cuando probamos combinaciones imposibles de alimentos…

Es en el juego de las primeras etapas cuando los niños y niñas aprenden empujados por su curiosidad. Es durante el juego cuando se exploran a sí mismos y a las personas que les rodean. Es durante el juego cuando buscan los límites del riesgo, de la moral, del uso de los espacios y materiales. Y esto tiene que ocurrir jugando, porque el juego nos permite experimentar con la seguridad de que si las cosas salen mal, el juego se acaba y empezamos otra cosa. A eso se refiere precisamente Johan Huizinga cuando habla de la misión antropológica del juego. El juego nos permite prepararnos para la vida en un entorno seguro fuera de la realidad, pero que genera unas emociones y sensaciones muy cercanas a las que experimentamos en la realidad.

Está muy bien aceptada la idea de que los niños y niñas jueguen durante la mayor parte del tiempo en los primeros años de vida. Esa es toda la estimulación que necesitan para aprender y desarrollarse empujados por la curiosidad. En cambio, nuestro sistema educativo nos ha hecho creer que a partir de los 5 o 6 años es más productivo que aprendan a aceptar con disciplina las propuestas de los adultos, que ofrecen a un grupo de más de veinte niños y niñas el mismo contenido al mismo tiempo. Y si lo hacemos con cierto talento para distraerles llegamos a creer que a todos les está interesando el tema que les proponemos. Y si no es así, lo mejor es que aprendan a resignarse pronto. Y así empieza el proceso a través del cual sustituimos la curiosidad por la resignación.

Es nuestra responsabilidad (de la familia y de la escuela) no apagar la curiosidad de los niños, niñas y jóvenes. Queremos aprovechar para compartir cinco estrategias para que la llama de la curiosidad siga encendida.

1- Pregunta a los niños y niñas cada mañana qué les gustaría hacer o aprender antes de hacer una propuesta. Si hay algún contenido que consideras necesario enseñar, siempre podrás ofrecerles recursos relacionados con sus intereses una vez los hayan expresado.

2- Fomenta el aprendizaje basado en proyectos, planificando los proyectos en base a sus intereses, y realizando productos finales que tengan un sentido para ellos y ellas.

3- Organiza el espacio de aprendizaje en diferentes ambientes, para que puedan elegir la manera de aproximarse al contenido. Incluso puedes ofrecer en cada ambiente diferentes temas que tengan relación con el contenido curricular a aprender.

4- Aprovecha el poder de las preguntas. Cambia la frase «¿Tenéis alguna pregunta?» por «¿Qué preguntas tenéis?». Cambia las preguntas con respuesta cerrada por preguntas con múltiples respuestas válidas. Y empieza preguntando sobre un tema antes de exponer lo que sabes sobre él.

5- Concede importancia al juego libre y a la realización de tareas elegidas libremente. Nuestro papel en estos momentos es asegurar que la libertad individual esté garantizada, siempre y cuando no esté reñida con la libertad de los demás.

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